Terapia emocional para el estrés y la sobrecarga mental
- Mai Pareja
- 15 oct
- 9 Min. de lectura
Actualizado: 29 oct
Vivimos entrenadas para controlar, analizar y entender. Nos enseñaron a “pensar bien” y a resolver con la cabeza. Lo que casi nunca nos enseñaron es a sentir. Ese es el punto de quiebre: cuando algo interno pide atención y lo intentamos resolver solo con ideas, la mente se satura y el cuerpo se tensa. El resultado es conocido: insomnio, irritabilidad, fatiga, dolores musculares, sensación de estar “al borde” todo el tiempo.
La mirada de este artículo es simple y rigurosa:
El estrés es una respuesta fisiológica del sistema nervioso ante una demanda que percibe como excesiva.
Se vuelve crónico cuando esa activación no puede descargarse ni completarse.
La sobrecarga mental (rumiar, anticipar, analizar sin parar) es la cara cognitiva del mismo fenómeno.
Para aflojar el bucle, hay que volver al cuerpo. Ahí entra el Focusing.

Qué es el estrés (desde el cuerpo)
El estrés no es una emoción ni una enfermedad: es una reacción natural del cuerpo ante una demanda. Cada vez que percibimos algo como difícil, urgente o amenazante, el sistema nervioso se activa para ayudarnos a responder. Es una función de supervivencia.
En ese momento, el cuerpo libera adrenalina y cortisol, aumenta el ritmo cardíaco, la respiración se acelera y los músculos se tensan. Todo eso tiene un propósito: preparar al organismo para actuar, ya sea para enfrentar la situación o para salir de ella.
Hasta ahí, el estrés no es un problema. El cuerpo está diseñado para activar y después descargar esa energía. El problema aparece cuando esa descarga no ocurre: cuando seguimos viviendo en modo alerta incluso después de que la situación pasó, o cuando el cuerpo nunca recibe la señal de que puede relajarse.
Entonces el sistema nervioso queda atrapado en un ciclo de hiperactivación: siempre alerta, siempre listo para defenderse. Ahí es cuando el estrés se vuelve crónico. Y empieza a sentirse como cansancio, tensión, falta de concentración, insomnio o bloqueo emocional.
Desde la neurociencia se sabe que, si esa activación no se completa, el cuerpo guarda la experiencia como una memoria implícita. No la recordamos con palabras, pero se manifiesta en el cuerpo: una presión en el pecho, un nudo en el estómago, una respiración corta. Por eso el estrés no vive solo en la cabeza; vive en el cuerpo que intenta protegerte.
A veces, cuando el cuerpo acumula demasiadas experiencias sin poder procesarlas, una limpieza energética profunda ayuda a liberar esas cargas antes de trabajar desde la sensación. Después, el Focusing permite escuchar lo que queda vivo en el cuerpo y acompañarlo con presencia.
Qué es la sobrecarga mental
La sobrecarga mental no es simplemente “pensar demasiado”. Es el resultado de un cuerpo que no puede descargar lo que siente, y una mente que intenta controlar esa sensación con pensamiento.
Cuando el sistema nervioso está activado —por estrés, por preocupación o por emociones no atendidas—, el cerebro busca una salida. Y muchas veces la única salida que encuentra es pensar sin parar: analizar, anticipar, repasar lo mismo una y otra vez. Es su forma de intentar recuperar control.
Desde la neurociencia se sabe que, cuando el cuerpo se siente inseguro o sobrecargado, aumenta la actividad del córtex prefrontal (la parte racional del cerebro) para tratar de entender lo que ocurre. Pero esa estrategia no calma el sistema nervioso: lo mantiene encendido. El pensamiento se acelera, la atención se dispersa, y la sensación de agotamiento crece.
La mente se sobrecarga porque está haciendo un trabajo que no le corresponde. Intenta resolver con ideas lo que el cuerpo necesita procesar con sensación. Por eso el exceso de pensamiento no es el origen del estrés, sino un síntoma de que hay una emoción o una tensión corporal que no encontró salida.
La buena noticia es que, cuando se atiende el cuerpo —cuando se le da espacio a lo que siente—, la mente se ordena sola. El pensamiento se vuelve más claro porque el sistema ya no está ocupado en defenderse.
Qué es el Focusing y por qué ayuda
El Focusing es una forma de terapia emocional basada en la relación con el cuerpo. No se trata de analizar lo que te pasa, sino de prestar atención a cómo se siente.
Fue desarrollado por el filósofo y psicólogo Eugene Gendlin, en la Universidad de Chicago, a partir de una observación simple: las personas que mejoraban en terapia no eran las que entendían más sus problemas, sino las que podían sentirlos con claridad.
El cuerpo no solo reacciona; también registra y organiza la experiencia. Cuando algo nos impacta —una preocupación, un miedo, una pérdida, una tensión sostenida—, deja una huella fisiológica. Esa huella se expresa como una sensación concreta: una presión, un nudo, una rigidez, una falta de aire. A eso Gendlin lo llamó “sensación sentida” (felt sense): una percepción corporal que contiene información implícita sobre lo que vivimos.
En el Focusing trabajamos directamente con ese lenguaje del cuerpo. No se busca “entender”, sino escuchar lo que esa sensación quiere mostrar. Cuando una persona puede quedarse presente con esa sensación —sin intentar eliminarla ni forzarla—, algo dentro se reorganiza. El cuerpo completa una respuesta pendiente y el sistema nervioso sale del modo defensa.
Este proceso tiene base neurofisiológica:
La atención sostenida y sin juicio activa las redes de interocepción (la capacidad de percibir lo interno),
y esto reduce la actividad del sistema simpático (el que genera alerta), mientras refuerza la regulación vagal, que permite descanso y reparación.
Por eso, después de una sesión, las personas suelen notar más claridad, alivio o espacio interno, incluso sin haber “resuelto” nada mentalmente. No porque se haya pensado mejor, sino porque el cuerpo encontró lugar para lo que estaba conteniendo.
El Focusing no promete eliminar el estrés, sino restablecer el diálogo con el cuerpo, que es lo único capaz de completarlo. Cuando eso ocurre, la mente y el sistema nervioso se calman solos.
Qué pasa en una sesión de Focusing
Una sesión de Focusing no se parece a una conversación terapéutica tradicional. No hace falta tener un discurso preparado ni saber explicar lo que te pasa. De hecho, lo que más ayuda es venir con lo que se siente, no con lo que se sabe.
Puedes llegar diciendo “estoy agotada”, “no paro de pensar” o simplemente “siento una presión en el pecho y no entiendo por qué”. Partimos de ahí.
El primer paso es crear un entorno seguro. La seguridad no es un detalle: el sistema nervioso solo puede relajarse cuando percibe que no está siendo evaluado ni apurado. Por eso, en la sesión no se busca “hacer que algo ocurra”, sino permitir que el cuerpo muestre lo que ya está ocurriendo.
Una vez establecida esa base, guías la atención hacia dentro para localizar la sensación física que representa el estrés o la carga emocional. No se trata de visualizar ni de respirar de una forma especial, sino de observar cómo se siente algo en el cuerpo real, ahora. Quizás aparezca un nudo en el estómago, una presión, una rigidez, o una sensación vaga difícil de nombrar.
Esa sensación es el punto de partida, no el obstáculo. A través de mi acompañamiento, vas aprendiendo a quedarte con ella sin luchar: a observarla, reconocerla, y darle espacio. Este acto tan simple cambia la respuesta del sistema nervioso: el cuerpo entiende que por fin puede dejar de defenderse.
A veces, la sensación revela algo más —una emoción, una palabra, una imagen o un recuerdo—; otras veces, simplemente se ablanda o se desplaza. Ambos procesos son válidos. Lo importante no es el contenido, sino el movimiento interno que ocurre cuando algo es acompañado.
Desde el punto de vista fisiológico, esto significa que el sistema parasimpático empieza a activarse. La respiración se hace más profunda, la tensión disminuye, y el cuerpo comienza a integrar la experiencia que estaba reteniendo.
Una sesión no busca “entender” ni “soltar” por voluntad, sino crear las condiciones para que el cuerpo pueda autorregularse. Cuando eso sucede, la mente se aclara, la emoción pierde intensidad y aparece una sensación de presencia más estable.
A veces ese cambio es sutil —una pequeña calma donde antes había ruido—, pero es un cambio real: el sistema nervioso se ha reorganizado, y eso es lo que permite que el estrés empiece a disminuir de fondo.
Por qué esto reduce el estrés y la sobrecarga mental
Cuando el cuerpo vive una situación que percibe como demasiado exigente o amenazante, se activa el sistema nervioso simpático: aumenta la frecuencia cardíaca, la respiración se acelera, los músculos se preparan para reaccionar. Esa activación debería ser temporal, pero muchas veces queda encendida. El sistema no logra registrar que el peligro ya pasó.
Lo que hace el Focusing es ayudar al cuerpo a salir de ese modo de defensa. No lo logra desde el pensamiento, sino desde la percepción corporal. Cuando prestamos atención a una sensación con presencia, sin juicio ni prisa, el cuerpo interpreta esa atención como una señal de seguridad. Y la seguridad es justo lo que el sistema necesita para bajar la guardia.
Desde la fisiología, eso se traduce en varios procesos conocidos:
Regulación vagal: el nervio vago —que conecta el cerebro con los órganos internos— detecta que el entorno es seguro y activa el sistema parasimpático, encargado de la calma, la digestión y la reparación.
Liberación de tensión muscular: al no necesitar defenderse, el cuerpo empieza a soltar microcontracciones que estaban sosteniendo la alerta.
Disminución de cortisol y adrenalina: el eje hipotálamo-hipófisis-suprarrenal se relaja, reduciendo los niveles de hormonas del estrés.
Integración emocional: las áreas del cerebro asociadas a la interocepción (como la ínsula y la corteza cingulada anterior) se activan, facilitando una comprensión corporal, no verbal, de lo que ocurre.
Todo esto se ha observado en estudios sobre regulación autonómica y atención plena interoceptiva: el cuerpo necesita sentir para poder calmarse. Por eso, después de una sesión, muchas personas describen algo que no es exactamente “relajación”, sino reordenamiento interno: una sensación de más espacio, más aire, más presencia. No es magia ni sugestión; es neurofisiología básica: el sistema nervioso volvió a reconocer que está a salvo.
Y cuando el cuerpo registra seguridad, el estrés no tiene razón para seguir activo.
En qué se diferencia la terapia emocional basada en focusing de otras opciones
El Focusing no busca relajar ni distraer del malestar. Tampoco pretende “pensar positivo” ni imponer calma desde afuera. Su diferencia está en el punto de entrada: no parte de la mente, parte del cuerpo.
Muchas intervenciones frente al estrés se centran en controlar los pensamientos o modificar la conducta. Y aunque eso puede ayudar, rara vez llega al origen del problema: un sistema nervioso que se mantiene en alerta. El Focusing actúa directamente sobre esa raíz, porque trabaja con la sensación física donde la tensión se manifiesta.
La mayoría de las prácticas orientadas al bienestar —respiración guiada, meditación, masajes, técnicas cognitivas— tienden a buscar un estado concreto: relajación, silencio, alivio. En el Focusing el enfoque es distinto: no se intenta “llegar a” un estado, sino darle lugar a lo que ya está presente.
Esa diferencia es esencial. Cuando la sensación interna se siente acompañada en lugar de reprimida, el sistema nervioso no necesita seguir defendiéndose. La calma no se fuerza; aparece como consecuencia de la regulación fisiológica.
En ese sentido, el Focusing es una terapia de integración:
No reemplaza el trabajo médico o psicológico, pero lo complementa al actuar sobre la parte del proceso donde muchas veces no se llega: la experiencia corporal directa.
No analiza la historia; trabaja con cómo esa historia se expresa en el cuerpo hoy.
No busca eliminar síntomas; busca que el cuerpo recupere su capacidad natural de autorregulación.
El resultado no es una sensación impuesta de bienestar, sino una seguridad orgánica, construida desde dentro. Por eso, los efectos del Focusing suelen sentirse más estables y reales: porque no vienen de una idea, sino de un cuerpo que volvió a confiar.
Todo este proceso forma parte del acompañamiento psicoenergético, el enfoque integral desde el que acompaño todos mis procesos terapéuticos.
Para quién puede ser útil
El Focusing está pensado para personas que sienten que viven en modo alerta o que la mente no les da tregua. No hace falta tener un diagnóstico ni saber ponerle nombre a lo que pasa. Basta con notar que el cuerpo está cansado de sostener tanto.
Puede ser útil si:
Sientes tensión constante, cansancio que no se alivia con descanso o una presión interna difícil de ubicar.
Tienes sobrecarga mental: pensamientos que no paran, dificultad para concentrarte o para desconectarte.
Vives con ansiedad, preocupación o irritabilidad, y notas que el cuerpo está siempre tenso o en defensa.
Te cuesta detectar lo que necesitas o poner límites porque estás demasiado desconectada del cuerpo.
Sientes que entiendes todo lo que te pasa, pero no sabes cómo aflojarlo.
También puede acompañar procesos más profundos, como:
duelo o pérdida, cuando las emociones son demasiado grandes para pensarlas;
procesos de ansiedad o trauma leve, como complemento al trabajo psicológico;
momentos de transición o crisis, donde hay confusión y necesidad de reencontrar dirección interna.
El Focusing no reemplaza tratamiento médico o psicológico, pero puede integrarse fácilmente con ambos. Su objetivo no es resolver un síntoma, sino devolverle al cuerpo su capacidad natural de regularse. Y desde ahí, permitir que la mente y la emoción se reorganicen.
En palabras simples: cuando el cuerpo puede sentirse, deja de necesitar defenderse. Y ahí empieza el cambio real.
Conclusión: el cuerpo como camino para aliviar el estrés
El estrés y la sobrecarga mental no son fallas personales. Son señales de un cuerpo que está intentando sostener más de lo que puede, y de una mente que hace lo que sabe: pensar para no sentir.
El Focusing ofrece otra vía: no lucha contra el estrés, sino que le devuelve al cuerpo su lugar en la conversación. Cuando se escucha lo que el cuerpo siente —sin interpretarlo, sin apurarlo—, el sistema nervioso puede reconocer que ya no está en peligro. Y eso cambia todo: la respiración se abre, el pensamiento se ordena, la tensión se afloja.
No hace falta entenderlo del todo.Solo estar dispuesta a dejar que el cuerpo tenga la última palabra.
Puedes agendar una sesión de terapia emocional con enfoque Focusing, presencial en Olot o online. Trabajamos con lo que está vivo ahora, sin exigir que sepas por dónde empezar. El cuerpo ya sabe. Solo necesita espacio para recordarlo.






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